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viernes, 8 de octubre de 2010

Porque se tira arroz en las bodas

AGENCIA Aunque parezca mentira, hoy en día la gente se casa. Incluso más de una vez si se da el caso, demostrando una vez más que el hombre - y la mujer - es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

O el mismo cura. A la gente le gusta casarse, por lo civil, por la iglesia o por el rito Lacagaste Burlancaste. Pero hoy no vengo a hablaros de las bodas, sino de un ritual muy concreto que se hace en la mayoría de bodas en este país: tirar el arroz a los novios.

De ahí viene lo de que se le diga a la gente que se mantiene soltera hasta bien entrados los treinta que se les va a pasar el arroz.

En realidad se les pasa a los familiares. Esto no lo sabe mucha gente, pero la realidad es que muchos asistentes a las bodas son profesionales del lanzamiento de arroz y practican en casa cuando se acerca una boda.

 Muchos intentan aguantar con el arroz en las manos, sudándolo. Y si alguien tarda mucho en casarse de tanto calor acumulado en la mano el arroz hierve, se sobrecalienta y termina pasándose haciéndolo impracticable.

También les deja un olor raro en las manos, pero gente así no suele tener muchos amigos así que no tienen problemas a la hora de saludar.

Pero a mí lo que más me preocupa del lanzamiento de arroz es su origen. Investigando, gracias al departamento de I+D de El mundo está loco, al que algunos conocen como el departamento de Idioteces + Demencias; he podido conseguir un pergamino de la Edad Media que muestra el origen del uso del arroz. Al parecer, en las primeras bodas la gente tiraba lo que tenía más a mano para desear suerte a los novios.
Por desgracia, en aquella época sólo podían permitirse tirar melones.

Claro, aquello no es que fuera desear suerte a los novios, sino que las parejas que conseguían sobrevivir a aquel lanzamiento masivo melonil eran unas auténticas suertudas.

Nadie se quejaba mucho, total, era una tradición.

Y las tradiciones, así son. Algunas parejas perecieron después de la boda, en aquella época pocas decían que aquel día era el más feliz de su vida.
Algunas otras mantuvieron una vida normal de casados, a pesar de tener medio melón incrustado en el cerebro. Tal era así, que algunos niños cuando nacían tenían cara de melón. Y bueno, en aquella época pasaban hambre y se los comían.

 Pero eso no fue el problema principal. Las tornas cambiaron cuando en una boda del año 1568 el cardenal de Madrid, en la boda de la infanta De Limón, salió a la entrada de la Iglesia a saludar al Rey Felipe II El Prudente, justo cuando también salían los novios.

No fue prudente, precisamente, el cardenal, y le cayó tal melonazo en toda la nariz que abolió la tradición de golpe. Nunca mejor dicho. Con el clero habíamos topado.

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